EL LENGUAJE DESPUÉS DEL PLEBISCITO
El domingo 2 de octubre de 2016, tuvo un lugar el
plebiscito, con el fin de aprobar o rechazar los Acuerdos de La Habana. Como
sabemos, por el NO, hubo una mayoría que, para algunos es una especie de empate
técnico, pero que superó los votos por el SI. Por eso, desde el mismo domingo
por la noche y después de la corta alocución del presidente Juan Manuel Santos
Calderón, quien aceptó los resultados pero se comprometió a seguir en la lucha
por la tan anhelada y esquiva paz, han pasado varios días que corresponden a
una semana llena de acontecimientos, la mayoría orientados a que entender que
los resultados del plebiscito tuvieron un efecto que significa, en esencia, que
no hay colombiano o serán muy pocos, los que no quieren la paz.
Uno de los primeros hechos destacados lo
constituyen las reuniones del presidente Santos con los expresidentes Andrés
Pastrana Arango, quien fue solo, y Álvaro Uribe Vélez, que estuvo acompañado
por varios de sus congresistas y el exprocurador Alejandro Ordóñez, todos
ellos, promotores del NO, para escucharlos porque tienen sus razones para la
posición que defendieron. Siguieron las manifestaciones espontáneas de
estudiantes que piden seguir en la búsqueda de la paz en las principales
ciudades del país.
El aspecto más importante que debemos destacar en
el alusivo al lenguaje que se está empleando después del plebiscito para pedir
la paz. En esencia, se insiste en mantener la tregua bilateral, para que no
haya más enfrentamientos armados. Que los negociadores, tanto del gobierno como
de la insurgencia, entiendan que están ante al clamor de una nación entera que
pide a gritos que no haya más derramamiento de sangre. Que el Nobel de Paz para
el presidente Santos, es un mensaje claro y concreto, para que en esta
oportunidad, sí logremos los acuerdos que se necesitan para caminar hacia la
paz. Que no haya insultos, ni expresiones de odio, de rechazo,
ni recriminaciones, porque entonces, no terminaríamos de hablar unos
para que sigan otros y así cada bando, cada vez tendría más que decir y poco
que proponer para recorrer un mismo camino.
En otras palabras, la invitación es tan elemental
como tan fundamental: hablar un lenguaje que invite, en forma permanente a
la reconciliación, al respeto del uno frente al otro, a la convivencia
pacífica en medio de nuestras grandes diferencias sociales, culturales,
políticas, económicas y religiosas. Es decir, que desarmemos los espíritus del
ánimo violento de relacionados entre sí, por medio de la palabra cargada de
provocación, para que ella sea, en forma definitiva, el instrumento que nos va
a permitir un diálogo nacional permanente, para que de esa gran conversación
escuchemos propuestas para ir mejorando las condiciones de vida de los
colombianos, tanto en la zona rural, como en los pueblos y en las ciudades, de
manera que hagamos el tránsito de la utopía a la realidad cotidiana, y así,
construyamos, con la participación de todos, un nuevo país y una nueva cultura
de vida.
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