martes, 15 de septiembre de 2020

 ¡PROTESTAS, SÍ, COMO LIBERTAD DE EXPRESIÓN, PERO SIN VIOLENCIA!

El país entero, amaneció el pasado miércoles 9 de septiembre, con las imágenes tan violentas, que más bien parecían actos creados por la fantasía, y que correspondían a las acciones  reales y dolorosas de dos policías contra un ciudadano, dominado por la fuerza, indefenso, esposado, y en el suelo, con aplicación de varias descargas de un arma no letal llamada "taser", que son descargas eléctricas, identificado como Javier Ordóñez, que según las noticias era un ingeniero, que estaba próximo a ser abogado y trabajaba como taxista. Dicho cuadro dramático, inmediatamente, llamó la atención de las personas que a través de sus televisores vieron tan indescriptible acto de humillación y violación de todos los derechos que tiene un ser humano. Pero lo grave, para terminar de describir la situación, consiste en que el detenido fue llevado a un CAI,  por la misma policía que lo detuvo y de allí a un centro hospitalario, donde los médicos dijeron que llegó sin los signos vitales, con graves golpes en su cabeza y otras partes del cuerpo, con el desenlace inevitable de su muerte.

Lo primero que se nos ocurre decir, y con suficiente razón, es que los dos agentes se excedieron en su procedimiento, porque es verdad que la fuerza, en muchas ocasiones es necesaria, pero debe ser siempre proporcional y razonable, jamás excederse en su uso. Al respecto, recordamos las expresiones de los pensadores y tratadistas, defensores del Estado de Derecho, que han dicho que el derecho sin la fuerza es la impotencia, pero la fuerza sin el derecho es la barbarie. Es decir, se requiere de un punto de equilibrio, muchas veces hasta imposible de lograrse, por lo inesperado de los acontecimientos, como un ataque al cuerpo armado de un Estado, pero de todas maneras, lo fundamental es procurar por no actuar más allá de las circunstancias de cada momento.

Los anteriores planteamientos nos llevan a unas breves pero bien fundamentadas reflexiones, que tienen que ver con las protestas, como formas de ejercer el derecho fundamental a la libertad de expresión, tan esencial, como parte inherente de la democracia, que tiene entre sus características,  la libre,  plural y diversa manifestación de rechazo, desacuerdo y hasta de solicitud al gobernante para que escuche al pueblo y dialogue con sus organizaciones y pueda llegar a cambiar sus decisiones al demostrársele que son inconvenientes para el interés público.

Sin embargo, y ahí está el meollo del asunto, que es cuando las protestas se tornan violentas y atacan a la policía y a sus cuarteles, a los bancos, a los negocios, taponan las calles, utilizan armas, emplean la gasolina para incendiar, tiran piedras y toda clase de objetos peligros, muchas veces contra los propios manifestantes, que les causan daños, y en muchas ocasiones, hasta la muerte.

A lo antes narrado debemos agregar el papel que tienen que cumplir los medios de comunicación, que se puede resumir en ser defensores de la protesta pacífica y democrática, pero rechazar enfáticamente los actos violentos porque, así sea repetitivo decirlo, y que es una verdad de perogrullo: la violencia siempre genera más violencia. Por eso, tenemos el deber todas las personas de vivir con la diferencia, que es necesaria en una democracia, pero sin violencia contra nadie. Este es un ideal, casi que una utopía. Pero por eso, tenemos que ser conscientes y pasar del ideal y de la proclama,  para convertir esta retórica en realidad. No hay excusas para no hacerlo, y menos para ser indiferentes. Al contrario, como ciudadanos, como periodistas y como medios de comunicación, siempre seremos defensores de las libertades y de los derechos, pero ejerecidos en forma pacífica.